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TEXTOS/TEXTS

El acto mismo de “aparecerse”:

Transfiguraciones de Marlov Barrios

M.Paola Malavasi L.

 

Nuestra manera habitual de formar pensamientos usualmente nos lleva a reducir todo a su apariencia visible o tangible, en vez de tratar de alcanzar en la vida su realidad invisible, la experiencia del objeto asimilado. En un primer encuentro con la serie Transfiguraciones, del artista guatemalteco Marlov Barrios, quizás ese sea el impulso inicial más urgente al cual buscamos responder, pero el trabajo ofrece una resistencia inherente; si bien hay algo en él que se nos hace natural o conocido, no terminamos de aprehenderlo meramente con los sentidos.

 

Estas pinturas se conforman en una especie de esquizofrenia gradual, por medio de capas de líneas y color que inevitablemente forman un entramado tortuoso de referencias que confieren profundidad tanto visual como conceptual. Entre ellas se dejan ver rastros de personajes o imágenes que pensamos reconocer, íconos que Barrios considera han definido el imaginario de la pintura a lo largo del tiempo, así como referencias a imágenes populares globalizadas. Sin embargo, las mutaciones que resultan de intervenirlos repetidamente configuran una realidad en primer instancia invisible, manifestaciones de una vivencia interior que deja rastros en la memoria, algo que se reconoce por medio de la experiencia misma del vivir, no solo del ver. “Me interesa hacer evidente no lo que se muestra, mas bien lo que se contiene o se suprime, entendiendo mi pintura como una manifestación de contenciones, fricciones y tensiones” revela Barrios.

 

Entonces, el trabajo no es mera representación, como se le acusa a menudo a la pintura, si no la expresión que resulta de una experiencia vivida; más allá de los lienzos que conforman Transfiguraciones, las fuerzas que convergen en el devenir guatemalteco recorren toda la obra de Barrios – el pasado cultural prehispánico, el trauma de la conquista, el presente bombardeo de una cultura popular globalizada, el Manga Animé de los japoneses y los superhéroes norteamericanos, expresiones puntuales de un poder hegemónico, presente en lugares más allá de Guatemala.

 

No obstante, la sensibilidad de Barrios sobrepasa el mero impulso de plasmar esta convergencia disímil. No es por medio de la interpretación, o de efectivar una realidad a través de una manifestación material (tomando el objeto o cuerpo meramente como recipiente), que accedemos a la vida, si no por medio de la transfiguración de aquello que acontece. En ese sentido, Barrios propone un cambio formal de figuras y referencias familiares, pero más allá de eso, se podría considerar también estas pinturas simultáneamente como manifestación y catalizador de una transfiguración personal: la transfiguración de algo interno que sentimos pertenece a nuestra memoria, y a la vez el origen de una posible y nueva transformación futura. Permitámonos, entonces, ver la realidad invisible, lo que no se muestra, lo que se suprime, y a entenderlo como una transfiguración tanto externa como interna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 




Marlov Barrios expone dibujos y grabados con el título Insurrecciones. Una marca distintiva de este artista, en el terreno técnico, es su trazo limpio y seguro. Buenos elogios ha recibido al respecto en sus múltiples exposiciones tanto en el país como en el extranjero. Pero a lo que quisiéramos referirnos es a su sello pasional.Para observar la obra de Marlov Barrios es necesario dar un vistazo —uno muy breve— al contexto social guatemalteco urbano, atravesado por tres elementos omnipresentes: la motricidad de la urbe desconectada de su individualidad, el ser humano tragado por los hocicos de un mundo caótico, y los espacios sexo-morfológicos engendradores de una perra vida. Esto es, el artista toma conciencia de una realidad que absorbe, machaca y regurgita sobre las hojas.Las figuras de Marlov se protegen a sí mismas con púas y espinas protozoicas. Instrumentos acorazados, rostros laberínticos, artefactos punzantes, boquetes en un autobús, hoyos hendidos en planos receptivos; él hace un viaje hacia el interior de sí mismo. Ese “sí mismo” contiene su experiencia de 28 años de vida licuada entre personas, animales y cosas; mezcla de cabezas, troncos y extremidades; latones y carnosidades ensartadas en la geometría caprichosa pintada sobre el espacio blanco.Barrios antepone la línea directa sobre la redonda que se anda con rodeos. El impulso nervioso y encolerizado no requiere de requiebros. Como resultado se tienen figuras pulcras y ordenadas, pero también regordetas blanduras que nacen de las manos de un artista obsesionado por la organización caótica del caos. El recorrido hacia dentro de sí mismo —nos atrevemos a asegurarlo— es un impulso traído hacia el cerebro, donde él congrega a sus emociones y les da nuevas instrucciones, les dicta nuevas normas. Emociones tales como el dolor, desesperación, perforación mental, hastío, licuefacción de la tristeza y rabia; todos esos usufructos apuntan nuevos y pequeños detalles que sosegarán el metal contenido en las venas del artista. “Sosiega este metal”, decía Ezra Pound. “¡Salgan, hablen en lenguas nuevas!”, grita algo dentro de Marlov Barrios. Una letanía de chispas y puyas recorre su mente y sus manos, y aterriza transformada en líneas no solo rectas, sino directas. Hasta las más breves parecen hechas con regla en mano, eso se debe a que Marlov es diestro en el trazo veloz. Son rayas liberadas de la ira, ensartadas sin titubeos, extraídas de la rabia o simplemente de una desazón cotidiana y enviadas a cumplir sentencia. Cada recta es un dictamen con el que condena la blancura social que no existe sino en la hoja en blanco.Y el resultado de ese tragar y devolver es de lo más insospechado: la maravillosa integración del caos. El desorden y la lujuria, el odio y el hastío, la insurrección de las líneas desorganizadas aparecen enfiladas bajo las órdenes marciales de Barrios. Una marcialidad más bien guerrillera. Emocionalmente insurrecta. Un objeto armado por piezas desarmadas surge a la vida. Los monstruos internos dejan de serlo y se convierten en insurrecciones coherentes. Es entonces cuando el artista ataca: ha dado un regodeo por el espacio de las formas, ha trazado su ira y ha atornillando el papel para no atornillarse a sí mismo entre tantas emociones, y, ahora, observa el resultado: con puntería ha dado vida a una criatura retorcida, comprensiblemente ilógica, atada a planos inteligibles que hará más grandes, que concretará en madera o que pintará en murales. Los resultados son formas que tienen impregnada una paciencia inusual. Veamos: si el pintor tuvo el cuidado y esmero de anotar detalles con tanta paciencia, poca será nuestra deferencia al prestar una mínima atención a unos cuantos detalles: uno de los rostros tiene 50 púas minúsculas alrededor de la cabeza. El mismo rostro, 16 púas adyacentes a su casi tela de araña. Un avión tiene en uno de sus costados 9 púas. En la parte trasera del mismo avión, 6. Más allá de él, otras 11... En solo 10 centímetros cuadrados van más de 90 púas. El conteo no es un intento cabalístico, sino valorar la minuciosidad del pintor. Tanto detalle y tanta puntería requieren lo que tiene Marlov Barrios: una paciencia de santo, una meticulosidad de padrote de sus emociones.Los detalles lineales, las cotas y la puntualidad en estas obras tienen impregnado el paso del artista por la facultad de Arquitectura; se ha apropiado de tales con una ejecución técnica a mano alzada, sorprendentemente segura. Lo suyo no es plasmar ideas, sino expresiones que van mucho más lejos del intento por rendir explicaciones a la vida, a la sociedad o a sí mismo.Explicaciones, si las hay, son resultantes. Lo importante en Marlov es el instinto creador, casi animal, con que traza esas figuras. Lo hace con cierta automaticidad, algo semejante a la escritura automática en la que la soledad y el instinto sacuden hacia el exterior lo que se tiene adentro. A todo eso, comúnmente, se le llama poesía: no es la idea, no es la justificación del mundo, sino la mano conectada directamente con el interior emocionado.Si bien Marlov capta el contexto social —noticias, anuncios, historia, propiedades industriales, el montículo de la Culebra, piezas de carpintería, proyectos a corto, largo y mediano plazo—, lo que absorbe y regurgita es lo que ve desde sus montañas interiores.Cada universo, hacia adentro, tiene sus colinas, su propio caos y sus espineros emocionales. Lo de Marlov es algo esencialmente poético; súmmum de llanto y absorción internas. Si los elementos sociales aparecen desconfigurados —podridos por la violencia social, intrafamiliar, personal, mental—, la esponja los absorbe, quiera o no, y los vomita sobre la hoja dándoles un nuevo orden. Marlov Barrios no es un actor social que intente quedar bien con nadie; no atiende a los viles requerimientos de los curadores, tampoco tolera a los principiantes escandalosos; él es transgresor auténtico. Estos dibujos exhibidos en El Áttico, con el título Insurrecciones, son bocetos y puntos de partida hacia obras posteriores. En realidad, son obras completas posteriormente materializadas. Son el impulso inicial, el grito de un artista lúcido, reorganizador del caos.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

Insurreciones

Juan Carlos Lemus

 

MARLOV BARRIOS: Disgregación y dinamismo.

La línea que dibuja el hastío

Plinio Villagrán

 

 

 

El lugar donde nacemos y nos desarrollamos va dibujando un trazo alrededor nuestro, condicionando nuestra movilidad y aprisionándonos. En Guatemala se cumple esta regla de forma congruente, nacer acá es nacer en una finca gigante llena de paradigmas y contradicciones, una escenografía patética en donde se confunde la estampa con el paisaje y el color con las sombras, por lo tanto, tener náusea parece ser tan placentero. En este latifundio tan discutido, la victimización es la regla, una manera de hacerse notar ante los otros y una arrogancia de fachada entre la hipocresía, la doble moral y el sentido de inferioridad. Ya José Milla lo había dibujado en Cuadros de costumbres un libro para nada universal, pero lo primero que aprendimos a leer en la escuela. Nada ha cambiado de esa condición, esto nos ha dibujado dentro de las paredes de esta prisión que paradójicamente tiene las puertas abiertas para que nos larguemos en cualquier momento, una prisión a la que sin embargo volvemos para dibujar en sus celdas barquitos y avioncitos con una tiza de hueso calcinado. Un lugar seductor, panegírico de la penumbra. Este paisaje nos reúne y aprisiona pero nos produce encanto.

Este dibujo ha sido la constante en la obra de Marlov Barrios, una línea nacida de la perversidad de la desesperanza y también del hastío. No quiero referirme a su obra partiendo de la referencia anterior de manera literal. Su obra es un ejemplo congruente  de una edificación sobre el terreno donde se sostiene; ésta, responde tal como éste terreno se comporta ante la violencia tectónica, y  su posterior destrucción, dibuja las cicatrices que nunca se borrarán, refiriéndose a lo que existió antes de manera justa y natural y dejando la evidencia de una angustia inevitable doblegada por la fuerza de la adversidad.

Cuando conocí a Marlov, los dos como estudiantes de arquitectura, estaba precisamente dibujando algo que aludía a la adversidad cíclica. Lo conocí dibujando y formando un camino que se irá tornando agreste a cada momento y de allí, la corporeidad de su trabajo se iría tornando cada vez más agresiva y crítica. Pasando de un dibujo muy descriptivo de los objetos y de las nociones de las memorias personales casi siempre atribuidas a una amputación de la idea del padre y una reivindicación de lo femenino a través de  su proximidad erótica, a una idea más desarrollada de una individualidad afectada por los fenómenos adversos del espacio urbano y la agresión contenida en la violencia y la muerte. Poco a poco la pintura y el dibujo de Marlov se irán tornando en una arqueología trágica de las formas, del caos y el ruido constante de la marginalidad estética.

Los temas que al principio son muy cercanos a la intimidad y las cercanías filiales a través de la experiencia, se dibujan dispersos, algo que se tornará después más intelectualizado, discursivo y acucioso conforme la imagen se entrelaza y va formando una idea más compleja y articulada sobre la vida en un contexto caótico e insalubre. La serie Lo que queda de la vida (2005) es un ejemplo del paso de la agresividad inofensiva y tímida encerrada en el simple trazo lineal de los objetos entre acuarela y unas amputaciones casi caricaturescas, al mundo de sombras, seductor e imponente de las series Optimus, y poco después, Antropométrica. El trazo va tornando cada vez más, una escritura personal, jeroglífica quizás, de la angustia interior que entre la paleta de la pintura maya o Teotihuacana y el campo de batalla de un jardín seco, van emergiendo seres ataviados de penumbra y agresividad profunda de mutante: humanoides y monstruos con apariencia de héroes y robots sacados de la parafernalia norteamericana del súper hombre, remedados en las pinturas populares de los comercios sucios, defecados por el esmog y la podredumbre de una ciudad que es más bella de noche porque es para la invidencia y la negación.

El negro profundo de esa oscuridad nocturna se respira a pesar del color siempre constante en la obra de Marlov, es un color con desgano de ser compasivo y atrayente, es más bien, una ironía que desencanta el pesado arquetipo estético atribuido a la pintura que todos quieren ver, sobre todo, porque en un país acostumbrado e influenciado por el color, se vuelve esto un choque frontal. Marlov incide en estas particularidades por medio de una pintura que niega a través de su misma condición técnica, la pesada historia de su abuso, una historia que reconoció la condición indígena por medio de la superficialidad y su negación por medio del elemento accesorio, pues se vería mejor dentro de los cánones occidentales de representación formal o geométrica emulando las vanguardias históricas, sobre todo del cubismo sintético, pero como repito, como mero accesorio decorativo (véase a Garavito y a Goyri entre otros) complacientes hacedores de una etapa “primaveral” de la historia de Guatemala que negaba la condición indígena arrumbándola en el patio de la servidumbre vergonzosa como mero accesorio para el deleite del poder. Pero de etapas y momentos estamos hechos y esta fue una etapa que tuvo su razón, somos hijos de ella, nos formamos en un sistema educativo deficiente, y una historia parcializada e ilusoria, después de todo, ser artista en este país, significa empezar a pintar el lago o el volcán. Marlov descompone entonces a partir de estas referencias, la paleta la vuelve incongruente, desnudando la obscenidad de la violencia y el realismo del caos. Esto lo veremos con más frecuencia, actualmente en la deformación casi total de la forma conocida, negando la pintura como recurso definitorio, afirmando un lenguaje pictórico más intelectualizado.

Pero siguiendo con el trazo que entrelaza el contorno de sus preocupaciones, no quiero relacionar la obra de Marlov al mero análisis localista, esto del tema de la pintura solo es una comparación con las etapas históricas anteriores con esta que le tocó vivir, una etapa donde todas las utopías se desmoronaron y la modernidad es una caverna. Entiéndase que la modernidad acá solo fue un bagazo de copiar y pegar y la posmodernidad ni se diga, pero eso es otro asunto, porque por lo menos actualmente la idea de originalidad, estilos e identificaciones regionales se fueron por la coladera. Pero dentro de la particularidad del lenguaje arquitectónico, existe otra direccional mucho más crítica de la obra de Marlov, de hecho, es acá donde nacen todas las preocupaciones esenciales de su trabajo. Directamente con las construcciones-deconstrucciones  y el movimiento particular del dibujo como estructura analítica e impoluta, y que se despoja de todas las referencias conductuales y pesadas de la pintura. Se puede ver con mayor claridad una radiografía del organismo vivo, atendiendo a necesidades  muy profundas y autorreferenciales, quizás la pintura de una manera activa, es donde se establece lo público, y su dibujo demuestra una actitud de violencia pasiva atendiendo a lo privado, en un trazo refinado pero definiendo la brutalidad de nuestra condición, a través de una acumulación de objetos y organismos que se entrelazan con lo zoomorfo partiendo siempre de las imágenes dispersas y desmembradas. En otro ensayo en el que abordé su trabajo, precisamente de la serie Antropométrica, apuntaba a esta razón: la antítesis de lo corpóreo en la medida deconstruida, restableciendo un nuevo orden a partir del caos, porque el cuerpo a la larga, es una coraza y ese cuerpo crea otra coraza, la coraza de la civilización, de la sociedad y la cultura. La sociedad fabricada por esa linealidad histórica, está supeditada al poder y a la violencia, porque de allí viene la razón de lo que somos, como he dicho en otras ocasiones: la civilización se debe a la virulencia de la violencia. Y a este respecto, el dibujo de Marlov entrelaza ese sistema siempre violento, siempre acumulativo, transformando la utopía en decepción, y la luz en oscuridad, una oscuridad que retrata la pesadilla y la realidad en el mismo espacio, un valor de catarsis y alivio que Marlov reconoce a través de su lenguaje. Un ejemplo de esta actitud placentera de vomitar lo abyecto de la vida, es la serie: Insurrecciones 2009, y un refinamiento total casi al punto de lo invisible, lo logra en la serie Micro Fe, 2010. En estas series, el sentido directo de la imagen reconocida y absorbida por el imaginario tangible y real de la ciudad, el amarillismo, la incongruencia de la desigualdad social y la marginación absoluta, es la particular ascendencia de su dibujo en un proceso constante de mutilación: Los retratos de pandilleros, imágenes de violencia sexual, mezcladas con humor negro, además de los signos y arquitecturas mutantes de la alienación cultural, monstruos diminutos como bacterias acechantes y emblemas constitutivos de la basura capitalista pienso en la figura monstruosa de Eraserhead de la película de David Lynch.

En particular se repite como un mareo, un vértigo constante, que se reafirma con la fuerza del grabado en madera, pues además de tener un lenguaje per se, Marlov le incluye la saturación a través de la pesadez del negro y sustituye la línea por el plano o la serie de planos adscritos a la superficie blanca que la plancha dio como vacío. Es quizás en el grabado donde Marlov le da al dibujo y su curso caligráfico un sentido más directo de la imagen, que acá crea un impacto directo. De la serie Optimus existen estas características de manera frontal. El recurso del retrato y la geometría desplegada y plana hacen que parezcan figuras virtuales sacadas de la tecnología incipiente de los videojuegos. De hecho, mucho del imaginario de la obra de Marlov parte de esos primigenios juegos que se mezclan con el laberinto virtual de las tecnologías televisivas y las series animadas de Robots y héroes que todo lo pueden, usando como pretexto la destrucción y la muerte. Véase los grabados Divino rostro u Optimus, además de los seres ataviados de corazas que aluden a la fuerza moral falócrata de la sociedad occidental que mezcla al Dios castigador con el súper hombre héroe y salvador reciclable. El Grabado de Marlov tiene la coherencia constante de la fuerza violenta, la crítica visual, y la escritura profética sobre el fin de los arquetipos.

 

 

Volviendo al tema pictórico,  la pintura de Marlov se desliga por un momento del pincel y el ingrediente usual y retoma la violencia cromática del lenguaje popular a través del vinilo adhesivo, de esta manera y junto a la intervención a muro, frecuenta el espacio conceptual de la expresión urbana, El adhesivo de colores fuertes representando a imágenes religiosas y emblemas de la alienación; de hecho, por esta preocupación estética sobre el caos y el horror vacui, nace la serie “Emblemática”. Muy acorde a todo su proceso pictórico, esta serie tiene la particularidad de recaer en la saturación y el cansancio visual, por supuesto, hecho adrede para incomodar y destruir por completo la apariencia complaciente de la visión “agradable” al ojo pero que es retribuida por una estética de la congestión. Es interesante observar la solución compositiva que a pesar de nacer de la acumulación, emulando el desorden y el caos del que estamos acostumbrados en las ciudades donde se mezcla todo de manera violenta, es una composición que parte de la simetría y la compensación de elementos en las superficies e intervenciones a muro, véase Emblemática-Altar, 2008, (galería medellín174, México DF) acá existe una clara alusión al altar barroco y a su composición simbólica. Así comprendemos que el barroco no ha perdido su particularidad y no fue solo un lenguaje o estilo histórico del pasado, se respira en Latinoamérica y sobre todo en Guatemala que mezcla el desorden de su composición urbana, con la apatía solemne de su cotidianidad, entre la calle, el hogar y el teatro del mundo periférico[1].

 

La seducción amorfa

Me queda entretejer esta parte final, formulando la amplitud congruente de la obra de Marlov Barrios, que parte de la ingenuidad nacida en adversidad y la saturación de imágenes corrosivas de una historia reciente llena de atavismos y termina en la libertad directa y segura de su pintura actual, una mezcla entre agudeza y neurosis que depara siempre en hastío y desesperanza, porque el mestizaje y la astucia veloz e insolente de nuestra civilización cuya razón es demostrar a base de contrariedad y mentira, que el desecho que nos vende  y que respiramos casi con placer es una nueva forma de vida permitida y soñada. El comer hamburguesas y saturarse de basura, en un tiempo en el que las relaciones son desechables como los objetos y televisores plasma que con sed violenta nos imponen arquetipos y visiones violentas tan obscenas, que la pornografía habitual no logra, nos hacen seres replegados a una nueva forma de canibalismo. El cuerpo, la civilización y los entramados culturales  se mezclan en una masa compleja e ilegible, y a este respecto la última serie Dínamo  que alude al movimiento, a la contorsión y el mecanismo motor de los organismos visibles pero a manera de rompecabezas, afectados por el impulso perenne de la vida que inicia y termina en ciclos. Este sea quizás un ciclo que en su postrimería será solo un parergon y luego habrá otro que impulse otro caos, otro sistema y la contradicción subsecuente que lleva a determinar la historia completa en un universo complejo y que nos somete. Un universo que se repite en nuestro organismo y nuestro ser. La vida es un conglomerado de células, de bacterias y cegamientos constantes determinados por la violencia per se del movimiento.

 

 

Nuestra existencia la creemos indispensable, cuando en realidad es desaparición en tiempo cósmico. Como diría Nietzsche: “a la naturaleza no le importa nuestra trascendencia, moriremos e igual seguirá todo en movimiento”. Cuanto desgaste para ser polvo al final. En esta etapa de la pintura y en concreto del trabajo de Marlov, existe este sentido unilateral de las cosas en constante movimiento, pareciera que desintegró su imaginario y lo reconstituyó a través de una pintura más directa, sometida a la beligerancia y el gesto del estado humano, que a su vez, es vulnerable a ser destruido. Remedo por otra parte, de la intervención urbana caótica y vulgar, sucia e entrometida a nuestros ojos. Deleite espeluznante. Acá, con toda seguridad, Marlov toma cada detalle asimilándolo en el color abrupto del paisaje desintegrado y homicida en su solución deforme que causa náusea visual porque es un espacio concretamente impasible y traumático (el de la ciudad). Al final, es una perfecta acumulación-reinvención  del espacio fabricado, jardín, colonia, barrio, centro comercial y también del lumpen; en síntesis, el teatro del mundo, pero destruido por una hecatombe de la cual queda nada más, desmembramientos y figuras desintegradas en otrora “organismos completos”, que fuera de su semántica y su historia, causan  deleite. Esto es la obra de Marlov y directamente esta etapa de su pintura y en general de su trabajo: explosión, conmoción y seducción.

 

 

 

 

 

[1] “la escena ha sido representada incontables veces. Un interior de apartamento urbano de clase media. Tal vez los espacios desangelados de una favela habitada por despojos del proletariado urbano. En estos marcos encontramos un repertorio único: muebles, enseres, la desolación estética de los objetos serializados de la producción industrial…”. Eduardo Subirats, Culturas Virtuales, Editorial Biblioteca Nueva, S. L. Madrid, 2001. Pág. 89.

Borrasca
Una revisión de la obra de Marlov Barrios

Pablo Jose Ramirez
Curador



Una de las preocupaciones fundamentales del pensamiento del filosofo francés Gilles Deleuze, fue la construcción de lo que el dio en llamar “una nueva imagen del pensamiento". Para comprender este planteamiento, es necesario saber que desde la cultura occidental el lugar fundacional del pensamiento es la visualidad. Tendría sentido argumentar entonces que para pensar distinto debemos también de algún modo "ver distinto", ver lo invisible o retorcer nuestra mirada para que lo que se transforma sea más bien nuestra manera de ver. Desde esta perspectiva podríamos decir que Marlov Barrios es un artista que " retuerce imágenes".

Observar el trabajo de Barrios es observar un caos difícil de catalogar dentro de la estructura de una imagen previamente dada, dicho en otras palabras, es difícil ver el trabajo de Barrios y permanecer indiferente, talvez porque lo que asombra es lo que no podemos entender del todo a primera vista, porque no es parte de nuestros códigos visuales cotidianos. Este gesto posibilita una suerte de cinematografía de la imagen, que en el movimiento se constituye como tramposa, esquizofrénica y cautivante.

Barrios parece trabajar a partir de lo que ve, de lo que observa, de lo que le inquieta, y en esta búsqueda rescata elementos visuales que conjuga, alterando la “gramática” de la imagen hegemónica. Pensemos por un momento en lo que observamos en la cotidianidad de la urbe Guatemalteca: ruido, violencia, pobreza, smog, estereotipos, canasteras, publicidad primer mundista, miedo, esquizofrenia, folklore, caos, movimiento y ahora preguntémonos: ¿cómo ordenamos estas imágenes? ¿ qué sentido les damos? ¿ cómo se retuercen en nuestros ojos?.

El lugar de enunciación de Barrios es entonces el lugar de  lo conflictivo y no el lugar del confort, es mas el lugar de la contradicción y la tensión, que el lugar de verdades acabadas. Revisando el cuerpo de obra de Barrios, nos encontramos con la constante de intentar a partir de nuevos significados traducidos en la transposición de iconos, dibujos y símbolos construir otras maneras de ver y posiblemente de pensar, no desde la llamada “cultura popular” sino desde un  algo mas, algo que juega con la diacronía del tiempo y del espacio para generar imágenes que se enuncian desde el movimiento y el contraste. En las series que componen esta exposición - con excepción de la serie “Turbo”- se intuye a partir del dibujo cierta improvisación de carácter performativo al desarrollar murales que van construyendose de manera generativa en el trazo espontáneo sobre el muro. Esto es lo que encontramos al observar los murales de “La gloria obscura” en donde Barrios va desarrollando una serie de meticulosos trazos que entre el barroco, lo prehispánico y ciertos elementos propios de la realidad moderno/colonial de nuestros países van dibujando una imagen que a pesar de su densidad continua limpia y abierta a la mirada.

En la serie “Emblemática” se observa cierto gesto de autosabotaje, al intervenir el trazo del dibujo con stickers propios de la cultura urbana/ marginal -a falta de un mejor termino-. Es decir, acá hay tanto un trabajo de creación a partir de la mano que traza una imagen, como un gesto político de reconocimiento de la imposibilidad de la autonomía o pulcritud de la creación, interviniendo los trazos con estos otros elementos. Esta exposición, busca entonces generar una “puesta en escena” que de manera quizá un poco caótica - siendo consecuente con el trabajo de Barrios- pueda mostrar un cuerpo de obra que hasta el momento ha sido de constante búsqueda.

Se pretende activar cada una de las piezas a partir también de trabajos in situ; así pues Barrios ha desarrollado varias piezas nuevas para esta exposición en los muros de la sala, interesantes tanto por el proceso de creación como por su carácter perecedero . Es por otro lado, una parte importante de esta exposición la muestra de carpetas de grabado hasta ahora inéditas, que pueden permitir adentrarse en la complejidad del mundo de Barrios. Así qué invitados a transitar por esta exposición, procurando talvez la búsqueda de una nueva imagen del pensamiento.


 

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